El exclusivo y excluyente club conocido como “Comunidad Internacional” continúa asesinando y empobreciendo a los pueblos que no se someten a sus dictados o que, simplemente, han de ser sacrificados por los intereses de la coyuntura de turno. Ése último es el caso de Libia. A pesar de las buenas relaciones que ésta había desarrollado en los últimos años con EEUU y con la Unión Europea (plasmadas en cuantiosas inversiones, cooperación militar y comercio de armas con Francia, Reino Unido y el Reino de España entre otros), Libia lleva más de 6 meses bajo intensos bombardeos de la OTAN. Las más de 9.000 operaciones de ataque desde mar y aire, supuestamente justificadas por la Resolución 1973 (que autorizaba a tomar las medidas necesarias para proteger a los civiles libios), han causado miles de muertos y destruido gran parte de las infraestructuras civiles del país.
Lo que tiene de nuevo: eufemismos de nuevo cuño como la R2P (“responsabilidad de proteger”) dan cobertura a las viejas costumbres del colonialismo y las guerras imperialistas. Lo que tiene de viejo: después de la destrucción viene la reconstrucción y las oportunidades de negocio para los que se sumaron a la ofensiva. Es vergonzoso y criminal ver cómo se reparten el “pastel” del petróleo libio y la reconstrucción de las infraestructuras que tendrá que pagar el pueblo. La conferencia de “amigos” de Libia, a la que acudieron los países de la OTAN y sus aliados, dejó claro el para qué sirven sus guerras. Los “amigos” de Libia se encargarán de reconstruir lo que ellos mismos destruyeron, pero no a través de concesiones o ayudas directas en concepto de indemnización o compensación: lo harán a través de préstamos concedidos por un voluntarioso Fondo Monetario Internacional a cambio, eso sí, de que el recientemente reconocido gobierno de facto de una parte del país imponga los ajustes estructurales, acepte los préstamos del FMI y se deje guiar por los programas de desarrollo del Banco Mundial. El mismo chantaje de siempre.
Pero el expolio y la guerra imperialista no terminan en Trípoli. La globalización de la injusticia repercute en otros muchos pueblos que piden democracia y políticas inclusivas, como el de Bahrein, donde las protestas ciudadanas se están saldando con asesinatos casa por casa cometidos por militares saudís y policías bahreinís, amparados por EEUU a cambio de una base segura para su 5ª flota y del apoyo del Consejo de Cooperación del Golfo a la intervención en Libia. Lo mismo sucede en Yemen, donde el régimen autoritario de Saleh, gran aliado de los norteamericanos en su guerra contra el terror, lleva meses reprimiendo violentamente las revueltas democráticas que pedían su dimisión después de décadas de gobierno, sin que nadie proponga (hipócrita pero afortunadamente) una zona de exclusión aérea sobre el desierto yemení.
La legitimidad y la credibilidad de las potencias europeas, de los EEUU y de Israel como garantes de valores democráticos, paz y prosperidad económica se encuentran en sus horas más bajas. Cada vez es más difícil enmascarar sus motivaciones, sus intereses y sus crímenes ante los ojos de los pueblos. La crisis de deuda que sacude a los países del norte (y no sólo a ellos) pone de manifiesto el fracaso de su economía de guerra, que sólo beneficia a las empresas agraciadas con los contratos de explotación de los recursos, de reconstrucción de infraestructuras o de prestación de servicios.
Mientras aumentan las deudas nacionales y se aplican políticas de austeridad, el mantenimiento o incremento de los gastos militares resulta cada vez más injustificable ante una ciudadanía ahogada por los recortes en la sanidad, la educación y la protección social y laboral.
Cuotas máximas de hipocresía se alcanzan si de lo que tratamos es de la tragedia de Somalia. Una vez que su autosuficiencia alimentaria quedara destruida en los 70's y los 80's, cuando el dictador títere de los norteamericanos vendió el país a petroleras y multinacionales extranjeras y después de la invasión del país por los marines en los 90's, dejando destruido no sólo el tejido productivo sino también todas las estructuras del estado; sosteniendo un gobierno ilegítimo que no es reconocido por la inmensa mayoría del país y que no tiene poder real alguno en el territorio. En estas condiciones, la actual sequía, las malas cosechas y los altísimos precios de los alimentos básicos (que fueron introducidos mediante la sustitución de cultivos tradicionales por alimentos importados) han servido de catalizador de la hambruna que está acabando con cientos de vidas y creando miles de refugiados, que esperan desesperados una ayuda que no llega porque EEUU lo ha prohibido con el pretexto de que en determinadas zonas, las más damnificadas por la hambruna, gobiernan los Al Shabab, a los que llaman insurgentes, cuando lo que son ( y eso explica cuánto daño ha hecho el imperio durante las últimas décadas) es la única fuente de autoridad con legitimidad popular presente en Somalia.
Tampoco podemos olvidarnos de la hipocresía de la comunidad internacional en el caso de Palestina. Tras 63 años de exilio y exterminio a manos del gendarme regional que es Israel, es imposible ya creer en la voluntad de éste para el más mínimo avance en eso que llaman “proceso de paz” y que no es sino una prórroga indefinida del compromiso israelí de cumplir y respetar las obligaciones de Derecho Internacional. Ése “derecho” que sólo se aplica cuando interesa derrocar gobiernos o chantajear a pueblos. La solución a 30 años de negociaciones bilaterales inútiles no puede ser pedir más negociaciones bilaterales inútiles, tal y como la ministra española de exteriores, Trinidad Jiménez, ha dicho en la ONU. Jiménez sólo busca cumplir su pornográfica tarea de contentar al Sionismo fingiendo neutralidad, diciendo que también apoya un estado palestino pero ayudando a prolongar una ocupación genocida. Lo mismo que lleva la ONU diciendo desde el año 47 del siglo pasado y no ha servido, ni para mucho ni para nada.
Sobran las evidencias para saber que gobiernos, empresas y entidades multilaterales no han sido, no son y no serán los artífices de la consecución de la justicia social, única fuente de paz y verdadero desarrollo. Es deber de todos nosotros denunciar sus mentiras y crímenes, exponer el fracaso de su propaganda y decirles que sus guerras están condenadas a la derrota, que vayan donde vayan siempre se van topar con la resistencia de los pueblos a su destrucción y a sus doctrinas neoliberales. Ni sus guerras ni sus dogmas de economía de mercado están funcionando. Su fracaso es evidente y nuestra respuesta en estos momentos ha de ser firme y contundente.
Ahora más que nunca: no a las guerras imperiales.
Dejad que los pueblos decidan.
Viva la lucha de los pueblos por la libertad, la paz y la justicia social.