La colonización sionista en Palestina sigue siendo una realidad cuya
catástrofe se profundiza día tras día. Una catástrofe que sólo
pronunciando su nombre en árabe puede asumir el peso de la historia:
nakba. Han sido demasiado los muertos y el despojo. Ha sido demasiado.
El 15 de Mayo no puede ser vista como una simple fecha, sino mas bien,
como la cifra con la que contemplamos nuestro presente. Palestina es lo
intempestivo.
Palestina no es sólo un lugar en Medio Oriente, es también el
paradigma sobre el cual vivimos. Tanques que cruzan los recuerdos,
desiertos que no detienen su avance, los pasos coloniales no dejan de
suturar el futuro y aplastar el pasado. “Declaración de independencia” –
dirá el relato oficial sionista, mientras la masacre se perpetraba y la
“limpieza étnica” en Palestina despojaba a 700 mil familias de su
habitar. Desde entonces la catástrofe no ha cesado. Porque no se trata
de una “guerra” concebida como conflicto inter-estatal puesto que no
existen dos Estados bélicamente enfrentados; tampoco de un conflicto
“religioso” que se arrastraría milenariamente en virtud de la
sensibilidad cultural y religiosa de la zona (tal como insiste el
discurso sionista); sino de un conflicto cuyo nombre nadie recuerda
porque su época, supuestamente, debería haber quedado atrás: colonización.
Cuando
hablamos de colonización, la primera imagen es la de los ingleses y
franceses dividiendo el mundo entre un centro metropolitano y unas
colonias repartidas por la inmensidad del planeta. En dicha división,
funcionaron dos formas precisas de colonización: la francesa que ponía
el énfasis en la “asimilación” de la población nativa a las
instituciones coloniales y la inglesa que subrayaba la “segregación” de
las poblaciones en virtud de la pertenencia étnico-confesional. Por eso,
cuando escuchamos que, como nos indica Jamil Hillal, Palestina es el
último reducto colonial nos embarga la extrañeza: ¿cómo podremos
suscribir una tesis como esta si el siglo XX vio realizadas muchas de
las promesas independentistas de las luchas por la liberación nacional,
en Argelia, en Egipto, en Iraq, en Mozambique o en Libia? ¿Porqué
podemos seguir hablando de colonización (no necesariamente de
“colonialidad del poder”) para caracterizar la situación contemporánea
de Palestina? Pensar que las formas de colonización son cosa del pasado
es un prejuicio asentado en la imagen legada por las dos variantes de la
colonización franco-británica que la segunda mitad del siglo XX
derrumbó por completo. Pero que las formas franco-británicas de
colonización hayan sucumbido no significa que la realidad de la
colonización haya desaparecido por completo.
En efecto, el
movimiento sionista que inició su migración a Palestina desde principios
del siglo XX, configuró una nueva forma de colonización que realizó su
proyecto desde 1948 cuando gracias a sus fuerzas paramilitares (Haganá,
Stern, Irgún) que después conformaron al actual ejército israelí, asoló a
la población palestina y, a contrapelo de su movimiento nacional que
encontraba eco en los demás movimientos nacionalistas árabes, fundó al
Estado de Israel que transformó la noción religiosa de “judío” en una
noción propiamente racial.
En efecto, desde el principio
–no en virtud del triunfo de la “derecha israelí” como suele creerse– el
Estado de Israel se estructuró en base a un “racismo de Estado” que,
como bien entendió Michel Foucault, funciona promoviendo la vida de una
comunidad en la misma medida que promueve la muerte de otra. El
“racismo de Estado” será, pues, un dispositivo orientado a legitimar el
sistemático ejercicio de muerte, al interior del nuevo horizonte que
empuja a favor de la promoción de la vida (biopoder). Sin embargo, lo
que Foucault no advirtió fue que, en la medida que el “racismo de
Estado” constituía el funcionamiento general de todos los Estados
modernos, éste se presenta como el dispositivo colonial par excellence.
El “racismo de Estado” es un dispositivo colonial que hace posible la
proliferación de las prácticas de muerte contra un otro que
necesariamente debe ser considerado “no-persona”. En esta línea, Achille
Mbembe ha problematizado con el caso Palestino lo que él entiende como
el reverso especular del biopoder entrevisto por Foucault: el necropoder
o poder sistemático de muerte cuyo ejercicio se dio en el contexto
colonial: “La forma más redonda de necropoder –dice Mbembe– es la ocupación colonial de Palestina”.
A
esta luz, podríamos decir que Palestina se articula en base a tres
modos con los que ha operado la colonización sionista: en primer lugar,
la expulsión desencadenada desde 1948 cuando fueron expulsadas
700 mil familias y que acrecienta el número de una diáspora que
prolifera en los paises árabes (Jordania sobre todo), pero que se ha
repartido hacia las fronteras mismas de América Latina (Chile es el caso
con la mayor colonia palestina fuera del mundo árabe); en segundo
lugar, la ocupación desatada por el ejército israelí en 1967
con la guerra de los seis días a la que las resoluciones de NNUU (la 242
y la 338) exigen el retorno de dichos territorios dominados por la
“potencia ocupante” (Israel); en tercer lugar, la segregación articulada
desde los años 90 en que la colonización asume una dimensión
propiamente geoeconómica consumada con la construcción del muro de apartheid
declarado “ilegal” por el Tribunal de la Haya y que, lejos de dividir
“territorios”, divide recursos y flujos económicos (agua, plantaciones,
etc). La expulsión, ocupación y segregación no son operaciones que obedezcan solamente a una secuencia históricamente establecida, sino a un continuum en que dichas operaciones se yuxtaponen y co-existen la una con la otra articulando así, una nueva forma de colonización.
Y bien: ¿cómo funciona la colonización sionista en Palestina? “El movimiento sionista –decía Elias Sanbar a Gilles Deleuze– no
ha movilizado a la comunidad judía de Palestina en torno a la idea de
que los palestinos iban a marcharse en algún momento, sino en torno a la
idea de que el país estaba vacío”. La colonización sionista opera a
la inversa de las formas clásicas legadas por el eje franco-británico:
si estas últimas asumían una división territorial y política entre la
metrópolis y los dominios coloniales orientando su proyecto hacia una
“integración” de los nativos al sistema “civilizado”, la colonización
sionista no tiene un proyecto civilizatorio orientado a convertir a los nativos (los palestinos) en buenos salvajes (en israelíes), sino a hacerlos desaparecer completamente. La colonización sionista termina coincidiendo con una política del exterminio, con una necropolítica –a decir de Mbmebe.
En otras palabras, todo consiste en que la colonización sionista en Palestina es un modo de gestión de corte geoeconómico orientado a producir un territorio vacío.
De ahí que Sanbar pueda ver en la colonización norteamericana sobre los
indios durante el siglo XIX un símil de la actual forma de la
colonización sionista en Palestina: se trata de hacer desaparecer a los
nativos, de producir un territorio vacío, no de matar simplemente, sino de hacer como si nunca dicha población hubiera existido.
Y dicha forma de colonización asume modulaciones clave: a veces, se
trata de promover una ciudadanía de segunda clase (como para los
palestinos israelíes), otras de encerrar a una población en ciudades
rodeadas de checkpoints (como para los palestinos que viven en
territorio palestino), otras de asfixiar a una población completa
bloqueándola por tierra, mar y aire (es el caso de la población
palestina de Gaza) promoviendo una política sistemática de “dejar
morir”. La colonización en Palestina se teje como un modo preciso de
gestión de la muerte. Una colonización que, parafraseando a Foucault,
funciona bajo una sola fórmula: hacer morir, dejar morir.
La
colonización sionista en Palestina sigue siendo una realidad cuya
catástrofe se profundiza día tras día. Una catástrofe que sólo
pronunciando su nombre en árabe puede asumir el peso de la historia: nakba.
Han sido demasiado los muertos y el despojo. Ha sido demasiado. El 15
de Mayo no puede ser vista como una simple fecha, sino mas bien, como la
cifra con la que contemplamos nuestro presente. Palestina es lo
intempestivo. La in-actual fuerza dice que la colonización no es algo
del pasado, sino algo del presente. Como inactual, Palestina
exhibe la “verdad” de los dogmas de nuestra época: los “procesos de paz”
no son más que una forma de profundización colonial, los “acuerdos”, el
cinismo institucionalizado a favor de dicha profundización, la
democracia, el enclave más prístino con el que funciona el racismo.
Como inactual, Palestina habita entre el pasado y el presente; ni fuera
de la historia ni dentro, con un pasado irredento que clama justicia y
un futuro abierto cuya potencia abraza a los muertos que no han dejado
de vivir en la insurrección del presente. Como inactual, Palestina es el
nombre de la intifada que irrumpe en diferentes partes del globo, en diversas ciudades, callejones, bullicios, donde múltiples palestinas se replican, acontecen, resisten yendo a contrapelo de su propio tiempo.