La
decisión tomada el miércoles 6 de diciembre del 2017 de trasladar la
embajada de EE.UU de Tel Aviv a Jerusalén nos es más que el
reconocimiento total y absoluto de Israel y sus políticas guerreristas y
genocidas.
¿Quién firmó la sentencia a muerte de Palestina?
No
solamente fue la famosa declaración de Balfour la que decidió la suerte
del pueblo palestino pues como se ha demostrado en las últimas horas el
presidente de EE.UU Donald Trump acaba de pegarle el tiro de gracia
reconociendo a Jerusalén como la capital única e indivisible de Israel.
La declaración de Balfour se denomina a la célebre carta enviada por el ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña lord Arthur Balfour -con la anuencia del Primer Ministro Británico David Lloyd George– al barón Rothschild, presidente de la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda como respuesta a la demanda de la creación de un hogar judío
en Oriente Próximo (bajo su tutela). Pero no fue la primera ni la
última pues los contactos y la correspondencia (oficial y secreta) de
los sionistas con distintos líderes mundiales ha sido muy copiosa a lo
largo de la historia (en el siglo XIX ya existía contactos primero con
el sultán turco y posteriormente con Gran Bretaña).
En
efecto la misiva era el epílogo de una vasta negociación llevada a cabo
entre la corona británica y las organizaciones sionistas y en la que se
da el visto bueno a sus “justas demandas”. “Dear Lord Rothschild”
querido, amado o bienaventurado es el tratamiento que le dispensaba Sir
Arthur Balfour demostrando de este modo sus estrechas relaciones de
amistad. “tengo el placer de comunicarle en nombre de su majestad la
siguiente declaración de apoyo y simpatía con las aspiraciones de los
judíos sionistas que ha sido presentada y aprobada por el Gabinete. El gobierno de su Majestad ve muy positivo el que se establezca un Hogar Judío en Palestina.
Con la advertencia de que no se debería perjudicar los derechos de las
otras comunidades existentes (árabes, cristianos, beduinos o drusos). En
este proceso también intervinieron personajes de gran relevancia como Allemby y Herbert Louis Samuel
(el primer judío que hizo parte de un gabinete británico y el primer
alto comisionado del Mandato Británico en Palestina, o sea, el primer judío en gobernar Israel. Él personalmente nombró a Amín Al Hussein como el muftí y máximo representante de los árabes) y autor del memorando “The Future of Palestine” y Sykes el protagonista del tratado secreto de Sykes-Picot en el que Gran Bretaña y Francia se repartieron Oriente Medio. Herbert Louis Samuel fue
Según los historiadores sionistas la declaración de Balfour no hace más que refrendar la voluntad de Yahveh.
Lord Arthur Balfour como cristiano sabía que él era un instrumento de
Dios para que se cumpliera su palabra y restituir así a los judíos (el
pueblo elegido) la antigua patria de donde fueron expulsados. “Hay que
obedecer la ley de Dios”. Según los rabinos esta profecía ya estaba
escrita en los textos sagrados del Talmud, o el ocultismo de la Torá
(la cábala). Mejor dicho, se trataba de un hecho sobrenatural que no
tiene explicación humana sino divina. El regreso de los judíos a Tierra
Santa anunciaba la próxima venida del mesías. Gran Bretaña si brindaba
protección a los judíos iba a tener el privilegio de acoger la segunda
venida de Cristo.
El dirigente sionista Weizmann
de origen bielorruso nacionalizado británico era un eminente ingeniero
químico descubridor del método de obtención de acetona mediante
fermentación bacteriana para estimular la producción de cordita y así
mejorar el poder destructivo de los proyectiles y obuses.
Investigaciones que desarrolló mientras trabajaba como asesor científico
del Ministerio de Municiones y que aplicó en la flota de la armada real
inglesa. Weizmann pertenecía a la facción del sionismo sintético
(moderado) y con gran visión apostó por aliarse con el Imperio
Británico confiado en que ganarían la guerra. Por el contrario muchos
judíos orientales buscaron la protección del imperio alemán pensando lo
mismo aunque fracasaron.
El 3 de enero de 1919, dos semanas antes de que comenzara la conferencia de Paz de París, el emir del reino árabe de Hiyaz Faysal Ibn Husayn reconoce en un documento ante Weizmann -representante del Movimiento Sionista -con el que ya se habían reunido en Transjordania en 1918- el derecho de los judíos a materializar la Declaración de Balfour. De
esta forma se daba luz verde a la emigración o aliyá con la condición
de que los judíos apoyaran la creación de un estado árabe a partir de
los restos del antiguo Imperio Otomano (excluyendo a Sanjacado de
Jerusalén o Palestina) Estamos hablando de una hipotética alianza entre sionistas y hachemíes para repartirse al región. El consejero de Faysal en ese entonces era Lawrence de Arabia que igualmente ejercía labores de espionaje a los órdenes del imperio británico.
En la Conferencia de Paz de Paris
se iba a configurar el nuevo orden mundial y el destino de los países
derrotados en la Guerra (Alemania, Imperio Otomano, Bulgaria, Austria y
Hungría) Los judíos aprovechando sus contactos diplomáticos exigieron el
total control de Sanjacado de Jerusalén o Palestina
(bajo la tutela británica) Ellos se creían los legítimos dueños de la
“tierra prometida” ignorando que el 90% de la población era palestino.
De alguna manera tenían que ganarse el favor de las potencias y explotar
al máximo el victimismo de un pueblo perseguido, de un pueblo expulsado
de su patria y condenado al exilio. El antisemitismo se había extendido
por toda Europa considerándolos como una raza maldita. Sin ir más
lejos los pogromos llevados a cabo especialmente en la
Rusia zarista y la soviética dejaron miles y miles de muertos, la
destrucción de sus hogares, la violación en masa de mujeres, y 300.000
niños huérfanos. En fin, la ruina y la desolación.
La carta de Faysal a Félix Frankfurter,
jefe de la organización Sionista Americana en la conferencia de París,
hace una exaltación sobre la afinidad racial y antiguos vínculos entre
ambos pueblos: “Sentimos que árabes y judíos son primos de raza y hemos
sufrido una opresión semejante de manos de potencias más poderosas… Los
árabes especialmente miramos el movimiento sionista con la más profunda
simpatía… Daremos a los judíos una sentida bienvenida a casa…
Gente menos informada y menos responsable que nuestros líderes y los
vuestros, ignorando la necesidad de cooperación entre árabes y
sionistas, han intentado explotar las dificultades locales que
necesariamente surgirán en Palestina en la fase temprana de nuestros
movimientos”.
En
los despachos de las potencias imperiales se tomaban las decisiones
sobre el destino de las colonias. Con la total indiferencia hacia las
poblaciones autóctonas a las que catalogaba como seres “primitivos,
incapaces de discernir” y que precisaban de un “mandato”,
o sea, de alguien que los tutelara y los civilizara siguiendo los
patrones occidentales. Eso fue lo que sucedió con el pueblo palestino
despreciado por su carácter tosco y arcaico.
Pero lo
cierto es que la idea de dotar al pueblo judío de una patria empezó a
forjarse a fines del siglo XVIII durante la campaña de conquista
napoleónica en Oriente Medio. Se tiene constancia que antes del asedio a
San Juan de Acre en 1799 Napoleón redactó su “proclama a la nación judía”, en la que les prometió a los hebreos un estado judío independiente. “Tendréis derecho a una existencia política y a un trato de nación de naciones”.
Incluso lanzó un llamado para que todos los judíos de la diáspora
regresaran a Palestina. De esta forma se convirtió en el primer
dirigente occidental en simpatizar con la causa sionista.
Los británicos fueron muy astutos pues jugaron a dos cartas como lo indican las promesas hechas por los británicos a través de Mc Mahon (alto comisario británico en el Cairo) al Jerife de la Meca Husayn Iban Al Hachemí
con unas cartas enviadas entre1915 y 1916 cuando la I Guerra Mundial
estaba en plena ebullición buscando una alianza con las tribus
árabes-(que desató la Gran Rebelión) a cambio de un Estado Árabe.
Los antecedentes de la trama sionista se remonta a mediados del siglo XIX con la publicación en el Colonial Times en 1841 por parte de lord Shaftesbury (importante político y filántropo de la época victoriana) del “memorando a los gobernantes protestantes de Europa” en el que defendía el regreso de los judíos a Palestina, en 1880 la Organización Sionista Mundial comenzó a promover la emigración a Palestina con el permiso del Imperio Otomano, en 1897 con el “Programa de Basilea” los judíos reclaman ante las potencias un hogar Judío en Palestina, en 1899 la Jewish Colonization Association lanza una exitosa aliyá de colonización rural bajo la anuencia del sultán otomano. Lord Henry Churchill
oficial de la armada, cónsul británico en la Siria Otomana y promotor
del primer plan político para la instalación del estado de Israel en la
Palestina Otomana le escribe en 1841 a Moses Montefiore,
líder de la Comunidad Judía Británica, dando el visto bueno a la
emigración judía a Palestina. “A los judíos si se les permiten colonizar
Siria y Palestina deberían estar bajo la protección de las grandes
potencias”. Tal y como lo aseveraba su Theodor Herzl (considerado el padre fundador del moderno estado de Israel) en carta al Kaiser Wilhelm II
del 1 de marzo de 1899 “La idea que yo defiendo (la de un estado
judío), ya fue intentada en este siglo por un gran monarca europeo, Napoleón I.
La instauración del Gran Sanedrín en París no fue sino el muy débil
reflejo de esa idea. (…) Es sobre este mismo signo que conviene situar
la cuestión judía. Desde entonces, lo que no fue posible bajo Napoleón I,
¡que lo sea bajo Wilhelm II!” Había que incentivar la emigración judía
hacia tierra santa y la compra de tierras a los propietarios árabes o
turcos.
A principios del siglo XX ya existían 200
sociedades sionistas estadounidenses con una gran influencia a nivel
político y económico. Tal es así que en 1944 Weizmann siendo presidente
del Consejo Provisional de Israel es recibido con todos los honores en
Washington por el presidente Harry S. Truman. Desde ese
momento comienza entre ambos mandatarios un intercambio epistolar que
va a desembocar en el reconocimiento en 1949 por parte del gobierno de
EE.UU del nuevo estado de Israel.
Lo cierto es que desde la época de Theodor Herzl
el Movimiento Sionista ejercía una gran influencia en las altas esferas
del poder mundial. Posteriormente con Weizmann y el barón Rothschild el
lobby judío explotó las buenas relaciones con el imperio británico para
sacar los más altos réditos. Incluso tuvieron la osadía de enviar a
Roma al periodista Sokolow para que presentara el “plan judío para Palestina” ante monseñor Eugenio Pacelli, secretario adjunto del Vaticano (futuro Papa Pio XII) quien correspondiendo al deseo del Papa Benedicto XV de combatir el antisemitismo les colmó de atenciones y prebendas.
Los
miembros del Movimiento Sionista participaban asiduamente en la vida
social inglesa departiendo con la alta burguesía, los nobles y la
aristocracia; asistían a fiestas, convites, banquetes, eran invitados de
honor en los encuentros políticos, culturales, o financieras. Además
gozaban de la amistad de la casa real británica y del mismísimo rey Eduardo VII.
Reunidos en los selectos restaurantes o los clubes privados alrededor
de una mesa bebiendo whisky decidían el futuro de millones de súbditos o
siervos de las colonias o protectorados.
Los judíos
demostraron una gran habilidad en el campo de las relaciones públicas,
sabían cómo moverse en estos ambientes refinados y exclusivos donde la
lengua oficial por supuesto era el inglés–algo que o los árabes
desconocían y por lo tanto necesitaban de intérpretes-. Los “gentleman
sionistas” no tenían nada que ver con esos exóticos beduinos de
apariencia salvaje, vestidos con túnicas de camelleros y que se
comunicaban en una jeringonza incomprensible más propia de trogloditas.
El
imperio británico necesitaba defender sus intereses geoestratégicos, su
emporio colonial, la explotación de los recursos naturales, la
extracción de materias primas, las rutas comerciales con especial
énfasis en del canal de Suez como vía de comunicación de vital
importancia para mantener el dominio sobre la India, la joya más
preciadas de la corona. De ahí que en la I Guerra Mundial se libraran en
la zona de Oriente Medio batallas trascendentales que determinaron la
caída del imperio turco.
Aunque
parezca delirante la carta enviada por lord Arthur Balfour al barón
Rothschild no solo cambió la historia de Oriente Medio sino también la
de Occidente y la del mundo entero. Fue el propio barón Rothschild quien hizo pública la declaración de Balfour en los periódicos británicos el día 9 de noviembre de 1917,
es decir, hace exactamente 100 años. Podríamos decir que la declaración
de Balfour -que no es más que un simple texto mecanografiado- es la
sentencia que da vía libre al despojo, la expulsión y el genocidio del
pueblo palestino. Una condena al patíbulo sin mayores objeciones.
Los
nativos palestinos bajo la tutela del imperio turco jamás se imaginaron
lo que se estaba fraguando a miles de kilómetros de distancia en las
cortes y despachos de las metrópolis europeas. El imperialismo
aprovechándose de su poderío militar trazaba en los mapas las nuevas
fronteras que demarcaban los territorios bajo su soberanía.
“La declaración de Balfour reconoce la tierra de Israel como la patria del pueblo judío” así lo afirmó Netanyahu en el Kenneset
en la celebración del centenario de la declaración de Balfour. En el
mismo sentido se pronunció en el año 1917 Weizmann cuando se
congratulaba ante la asamblea del Movimiento Sionista de las buenas
nuevas que llegaban de Downing Street: “la declaración de Balfour es la
carta magna de las libertades judías” “Este es el público reconocimiento
de la poderosa conexión de los judíos con Palestina”.
El
pueblo Palestino ha sido víctima de una diabólica confabulación urdida
por el lobby sionista en complicidad con el imperio británico y el
beneplácito de la dinastía traidora Hachemita. Además han incidido tres
factores determinantes para que se consume este alevoso crimen: la
declaración de Balfour, los acuerdos secretos Sykes-Picot y la
resolución de la Sociedad de Naciones que aprobó los Mandatos de Gran
Bretaña y Francia. Como colofón el día 14 de mayo de 1948
se proclama en Tel Aviv el estado de Israel provocando el estallido de
la guerra árabe-israelí cuyas catastróficas consecuencias se extienden
hasta nuestros días.
Si hace cien años fue lord Arthur
Balfour el que le remitió al Barón Rothschild la declaración de apoyo a
la creación de un hogar judío en Palestina hoy la correspondencia ya no
es con el extinto imperio británico sino con los EE.UU. El actual
presidente Donald Trump se ha reservado el papel de principal valedor de
la causa sionista y para ello cuenta como su asesor personal para ¡la Paz en Oriente Medio! a Jared Kushner que es nada menos y nada más que su yerno y una de las figuras más relevantes del poderoso lobby judío americano. La
decisión tomada el día de hoy miércoles 6 de diciembre del 2017 de
trasladar la embajada de EE.UU de Tel Aviv a Jerusalén nos es más que el
reconocimiento total y absoluto de Israel y sus políticas guerreristas y
genocidas. Una decisión suicida e irresponsable teniendo en
cuenta la situación de extrema gravedad (bloqueo, nuevos asentamientos,
colonos, represión, militarización, estado de sitio, detenciones
arbitrarias, robo de tierras, desempleo o ruina económica) en que se
encuentran los Territorios Ocupados de Cisjordania y la franja de Gaza
que prevé un recrudecimiento sin precedentes de las acciones de
resistencia palestina que desembocará en una voraz y sangrienta espiral
de violencia.
Carlos de Urabá 2017