El devenir Nakba del mundo: A 70 años de la colonización sionista en Palestina
El necropoder es la forma en la que se estructura la colonización sionista en Palestina y el modo, por tanto en que ésta se proyecta en orden a producir una Tierra vacía, ahí donde pervivía por milenios una sociedad viva, diversa, multireligiosa y multilinguística así como enteramente cosmopolita.
Rodrigo Karmy Bolton (colaborador del Foro Palestina Libre de Zaragoza)
http://www.eldesconcierto.cl/2018/05/14/el-devenir-nakba-del-mundo-a-70-anos-de-la-colonizacion-sionista-en-palestina/
Solemos escuchar que, desde la fundación del Estado sionista de
Israel para los palestinos aconteció la “nakba” o “catástrofe”. Tal
“nakba” no es el nombre de una fatalidad histórica que se traduzca
pasividad política, sino mas bien, la imagen mas pregnante de una lucha
histórica que no comienza en 1948 sino mucho antes cuando aún la
Palestina histórica estaba en manos británicas. Nakba, para los
palestinos significa lucha. Cuerpos y lenguas, vidas y discursos
enredados en la trama de las resistencias, articulados en las múltiples
formas de lucha contra el último bastión propiamente “colonial” (Hillal,
2009).
En efecto, la fuerza del nombre “nakba” implica situar el problema
“palestino-israelí” como un conflicto de naturaleza colonial. Pero, más
allá de las formas clásicas de colonización (la francesa y la
británica), las diferentes formas que ha asumido el colonialismo
sionista han llegado a articular lo que he denominado una “colonización
inversa”: si los proyectos coloniales clásicos (desde el
hispano-portugués al franco-británico) siempre condujeron su violencia a
un movimiento orientado a la inclusión de los nativos a los cánonces
impuestos por las respectivas metrópolis; el proyecto sionista hace
exactamente lo contrario: se orienta hacia la expulsión sistemática de
la población “nativa” (los palestinos).
A esta luz, la colonización ha sido excedida por un elemento crucial
que, según Achille Mbembe condiciona la configuración del poder en el
contexto colonial: el necropoder, la presencia de un
poder de muerte que opera cada vez, en virtud de la existencia de un
estado de excepción hecho regla (Mbembe, 2006). Para el colonizado –por
cierto, en aquellos que habitaban bajo égida hispana-portugesa o
franco-británica– todas las instituciones coloniales operan como una
excepción hecha regla abriendo siempre la posibilidad de dar la muerte
impunemente. En efecto, para Mbembe, el paradigma del funcionamiento
necropolítico entendido como aquél poder característico de las diversas
formas de colonización, sería Palestina. Quizás, el giro brutal que
inaugura la colonización sionista, según el cual, no se trata de
integrar al nativo, sino mas bien de expulsarlo, yace desde el principio
cuando los grandes ideólogos del sionismo acuñaron una fórmula tan
exacta como cruenta: un “pueblo sin tierra (el pueblo judío), para una
tierra sin pueblo (palestina)”.
Nunca el proyecto sionista reconoció la existencia de la población
palestina, menos aún, ha admitido su existencia como “pueblo”. Mas bien,
su imposición fue, sintomáticamente ejercida desde la “negación” de la
existencia de “nativos”. Esta tierra –la supuesta “Tierra prometida”-
estaba enteramente vacía, dispuesta a ser cultivada por los nuevos
colonos, entregada sin más a las laboriosas manos de aquellos que
supuestamente “retornaban” después de milenios a su –también
supuesto– hogar. Todo el discurso sionista se articula en función de esa
producción del vacío: en esta Tierra no hay
nada ni nadie. Como ha visto el historiador Schlomo Sand, el sionismo
fue construido como un discurso estatal-nacional que hacía mutar la
noción “espiritual” de la Tierra sostenida por la tradición rabínica,
por una concepción “territorial” que terminaba por identificarla a una
geografía particular (Sand, 2011). Y, como ha insistido Ilán Pappé, la
producción de vacío como operación colonial, significó ejercer una
verdadera “limpieza étnica de Palestina” que no comienza con la derecha
israelí, sino con la propia fundación del Estado sionista (Pappé, 2015).
El necropoder es la forma en la que se estructura la colonización
sionista en Palestina y el modo, por tanto en que ésta se proyecta en
orden a producir una Tierra vacía, ahí donde pervivía por milenios una
sociedad viva, diversa, multireligiosa y multilinguística así como
enteramente cosmopolita. Desde el Imperio Romano hasta el Imperio
Turco-Otomano, Palestina ha sido habitada por muchas comunidades
religiosas y linguísticas que siempre se mezclaron entre sí, conviviendo
entre sí como un lugar clave de la cultura y la política Mediterráneas.
El proyecto sionista pretendió vaciar todo eso: desde la publicación
de “El Estado judío” de Theodor Herzl hacia finales del siglo XIX, hasta
la Declaración Balfour en 1917 que apoya explicitamente la creación de
un “hogar nacional judío”, así como también, la llegada de las primeras
comunidades sionistas, se trató de expansión, dominio y nunca de
convivencia. Y, cuando decimos “convivencia” no queremos dibujar un
paraíso, sino tan sólo un espacio cosmopolita, en el que crecían
comunidades diversas que interactuaban entre sí.
En contra de la dimensión cosmopolita que componía a la sociedad
palestina, el sionismo implantó el significante “judío” como un
referente no ya religioso, sino estrictamente racial, no referido a la
dimensión “espiritual” –como decía Sand– sino “territorial”. Por eso, el
movimiento nacional palestino vivo desde principio de los años 20
siempre apostó por la creación de un Estado laico y democrático y nunca
por la existencia de un Estado que llevara consigo alguna impronta
étno-confesional (como ocurre con la noción de “judío” propuesta por
Herzl y los ideólogos posteriores del sionismo). Que las NNUU haya
anunciado la solución de los dos Estados desde 1948 y que –ya desde ese
entonces– Israel haya hecho esa opción un imposible, nada tiene que ver
con la voz palestina que ha estado en juego:
un solo Estado sin referencia étnica alguna (Edward Said era partidario
de un Estado binacional), en contra del discurso orientado a la producción del vacío y su necropoder.
Que la conmemoración de los 70 años de la nakba no nos paralice. Que
nos abra las puertas para lo único que verdaderamente importa: la puesta
en juego de una “intifada general” que pueda desactivar no sólo a la
colonización sionista, sino a todos aquellas necropolíticas, cuyas
formas de producción del vacío, no dejan de herir la cotidianeidad.
Intifada frente a la nakba, levantamiento, revuelta, resistencia frente a
la colonización, el poder y los modos necropolíticos de represión.
Pues, si los palestinos traen consigo una fuerza mitológica consigo –en
cuyas imágenes aún pueden descansar sus muertos– es aquella que impregna
el término “intifada”. Como una invitación a la destitución de las
formas de opresión, la intifada ha de ser una potencia destituyente cuyo
estallido revoque los poderes (coloniales) establecidos y de a luz una
imaginación ávida por volver a habitar lo que aún y a pesar de todo,
podemos llamar mundo.